martes, 31 de diciembre de 2024

 He tratado de llevar toda creación mía a lo profesional, que mis versos sigan una métrica perfecta, que mi prosa sea la más cuidada, que jamás coloque una tilde o una coma donde no toca —¡válgame Dios!—, siempre un juego matemático, la búsqueda del virtuosismo, uno dos uno dos, porque es divertido, porque es gratificante ver cómo hago encajar la idea revoltosa en el molde de lo académicamente correcto, descifrar el puzle que no fue hecho para ser descifrado ni es un puzle en primer lugar, convertir una cosa en otra que no se le parece en nada y aparenta poseer su esencia aunque en el proceso esta haya sido evaporada, un ego inflado, un falso elitismo, el repudio hacia la idea desnuda en su abstracción. Incluso lo intento con este diario, aunque me resista inútilmente al impulso, porque una parte maníaca de mí sueña con el elogio que recibirá esta página en los ojos del lector exigente, ese resoplido de satisfacción que tanto nos hincha el pecho a los escritores, porque hay algo sádico en imaginar que me gocen… me veneren. Desconozco el momento en que comencé a evitar aquellas ideas más íntimas en mi poesía por ser imposibles de encajar en la rigurosa estructura de lo literario y, a causa de ello, juzgarlas infantiles; y al excluir la intimidad, me he excluido a mí mismo de mi obra. ¡Yo, el Poeta, no tengo cabida en mis propios versos! ¡Bendita sea la ironía! Por creerme sofisticado y no ser más que un sofista, en nada distinto de un estafador con excelso vocabulario. Tan bueno estafando que me autoconvencí de que falsear el arte era bello y matarlo, necesario. Pero no conseguí estafar a mi conciencia, que ha enviado sus perros a morderme: Ansiedad y Pánico. Quiero ser más honesto conmigo mismo, evitar la mordida de los perros, y para ello he comenzado este diario en mi reclusión.

Entradas populares